El Autismo
es una enfermedad que oscurece los cielos de muchas familias. Junto al Síndrome de Asperger y los
trastornos generalizados del desarrollo (TGD), forma parte de un grupo llamado Trastornos
del Espectro Autista (TEA).
No hay
datos claros de prevalencia. Un estudio
en los Estados Unidos y el Reino Unido indica que en 1984 se reportaba un caso
en cada 10,000 nacimientos (1/10,000) y hoy la cifra es aterradora, epidémica: 1/86.
Otro estudio
(CDC, Atlanta) indica que la prevalencia actual en los Estados Unidos es
de 1/54 y los niños latinos y negros son
los más afectados. La prevalencia ha
aumentado 78% en los últimos diez años.
Algunos
médicos clasifican al autismo como parte de las enfermedades AAAA: Autismo,
Asma, Alergias y Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD en
inglés).
Lo que
llevó a escribir este artículo es la serie de inesperados hallazgos por una
investigadora independiente, doctora en
medicina y neurología y madre de un niño autista. Me parece que su abordaje no pertenece al
llamado “mainstream” de la medicina,
aunque el testimonio de sus pacientes y la recuperación completa de su propio
hijo reclaman atención seria.
La doctora Natasha
Campbell-McBride reclasifica la enfermedad en un grupo llamado “Gut and Psychology Syndrome (GAPS)” que
traduzco libremente como síndrome sicogastrointestinal (SSGI). Éste incluye autismo, ADHD, dislexia, dispraxia
(patología psicomotriz), esquizofrenia y depresión.
Investigadores
tradicionales atribuyen causas genéticas
hasta en 90% de los casos. La nueva
teoría reduce drásticamente ese porcentaje y atribuye la causa principal a
situaciones nutricionales, lo que ayudaría a explicar la explosión en la tasa
de prevalencia. Otra diferencia
importante con el enfoque tradicional es que la recuperación se considera
posible y el tratamiento es de lo más sencillo (aunque serio).
La
condición nutricional que causa el problema puede rastrearse hasta la madre y
la abuela. Según la Dra. Campbell, la
madre transmite al niño una incalculable variedad de flora intestinal y
factores inmunológicos por dos medios:
lo que el niño adquiere en su rápido paso por la vagina durante el parto y lo
que recibe a través de la lactancia materna.
De manera que si no existen las condiciones adecuadas, en cada
generación van aumentando la exposición de los bebés al SSGI.
Entre los
microorganismos que el niño recibe hay buenos y malos, pero cuando los malos
son menos, en el tracto digestivo del bebé se instalará un poderoso sistema de
defensa que fortalecerá su sistema inmunológico y neurofisiológico. Cuando ocurre lo contrario, se produce un
proceso de intoxicación que llega al cerebro, inhibe procesos neurológicos
necesarios para el desarrollo pleno y resulta en enfermedades comunes del mundo
moderno. Esos cambios son los que se
reportan en las imágenes de actividad cerebral de los niños afectados.
Dicho de
una manera más sencilla, todo depende dela calidad de la flora intestinal del
bebé y las medidas para identificar y corregir desequilibrios.
Según este
enfoque, las condiciones de la flora gastrointestinal también se ven afectadas
por la sustitución de la lecha materna, los antibióticos, la píldora
anticonceptiva, la comida chatarra y el consumo de jarabe de maíz como
edulcorante. Un tema de mucha discusión
es el de las vacunas. Si el sistema inmunológico no tiene un desarrollo normal,
su respuesta a los antibióticos y vacunas es impredecible.
La
solución: una dieta terepéutica para madres e hijos. La Dra. Campbell presenta tratamientos
concretos en el libro Gut and Psychology Syndrome. También ofrece formación a quienes
atienden pacientes con esos problemas.
Si este artículo beneficiara a un solo niño, habrá valido la pena que
ocupara espacio en PzP.
http://articles.mercola.com/sites/articles/archive/2011/07/31/dr-natasha-campbell-mcbride-on-gaps-nutritional-program.aspx
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