Este
artículo fue publicado por Plaza Pública el 12 de junio de 2012, en
vista de que el Diario de Centroamérica rechazó la publicación de la
serie de tres artículos en la materia.
Un
principio del mercado de bienes y servicios es: “El consumidor siempre tiene la
razón”. Yo argumento lo contrario, siempre la pierde.
La
mercadotecnia clasifica a las personas en grupos homogéneos y luego investiga
sus gustos y preferencias. Se estudian las características
socioeconómicas y culturales para decidir cómo instalarse en las preferencias
de consumo. Por ejemplo: ¿Cuál es el comportamiento ante la
tecnología móvil de la población de 21 a 35 años en la clase de ingresos
medios y altos? Esto ayuda a determinar las características de los
teléfonos a fabricarse, los modelos a importar y los servicios a ofrecer.
Esta es,
sin embargo, la única manera de que le pongan atención al consumidor. En
cuanto éstos intentan hacer las preguntas en vez de responderlas, se convierten
en grupos incómodos y desestabilizadores.
Quizá en
algún momento de la historia existieron grupos de consumidores con una agenda
política anti-capitalista. Pero eso desapareció hace tiempo, la
globalización les dio el tiro de gracia.
Hoy día,
los grupos de consumidores llaman a su movimiento “consumerista”, en oposición
a “consumista”. El Consumerismo busca educarles sobre sus derechos y
obligaciones, proteger el ambiente; aconsejar sobre consumo
inteligente y responsable. Como consecuencia, aun sin quererlo contribuye
a desarrollar empresas competitivas y sostenibles. Es paladín del
comercio justo.
Si los consumeristas deberían ser vistos
como aliados del libre mercado, ¿por qué no es así? Se teme que se
concentren en cosas que parecen anti-mercado: control de precios, regulación de
suministros; que se atraviesen en el camino de empresas dominantes (especialmente
los monopolios, enemigos de la libre competencia y amantes de los mercados
cautivos, discurso libertario aparte).
El consumerismo tiene por enemigas juradas
a las empresas que nos hacen firmar contratos de adhesión (“no lea, no puede
cambiar nada, nos reservamos el derecho de cambiar las condiciones sin
consultarle; si quiere el servicio, firme; si no, retírese”). Luego
vienen los cobros sin apelación, los intereses exorbitantes, el crecimiento
exponencial de las deudas (tarjetas de crédito), el acoso telefónico a
parientes y amigos, las llamadas automáticas a la medianoche.
También
se denuncia a las empresas ologopólicas.
Veamos ejemplos: “Las diferencias de precios entre medicamentos de marca
son abismales. Por ejemplo, en Guatemala, una tableta de Voltaren cuesta $1.22
precio que es 221 por ciento más caro que en Costa Rica, donde se encontró a
$0.38. Las disparidades también se dan en el acceso a genéricos. La tableta de
Hidroclorotiazida en Guatemala cuesta $0.42, [... ] en Nicaragua $0.30.
La investigación [...] listó medicamentos que en las presentaciones de caja o en los afiches ofrecían información incompleta o engañosa.” (Claudia Palma, ElPeriódico, 4 diciembre 2007).
En realidad, lo que se teme es que la acción consumerista ponga en peligro la impunidad del mercantilismo y la competencia desleal, escollos para el desarrollo del libre mercado según académicos de distintas ideologías (algunos de ellos, a la vez empleados de grandes empresas).
Hoy, la
participación de los consumidores en Guatemala es prácticamente inexistente, a
pesar de haber una clara demanda de educación, apoyo y representación
desinteresada. Guatemala no ha tenido nunca siquiera una revista del
consumidor. No hay un sitio de internet para consumidores
guatemaltecos. Solo se tiene a la esforzada y solitaria DIACO, cocodrilo
sholco, sin autoridad para hacer cumplir sus sanciones de algodón. La investigación [...] listó medicamentos que en las presentaciones de caja o en los afiches ofrecían información incompleta o engañosa.” (Claudia Palma, ElPeriódico, 4 diciembre 2007).
En realidad, lo que se teme es que la acción consumerista ponga en peligro la impunidad del mercantilismo y la competencia desleal, escollos para el desarrollo del libre mercado según académicos de distintas ideologías (algunos de ellos, a la vez empleados de grandes empresas).
Finalizo con una anécdota. Por allá por los noventas hablamos con el Gerente de la Cámara de Comercio sobre peso inexacto y etiquetas mentirosas. Su respuesta: “La culpa es del Gobierno. Nunca ha hecho oficial la libra de 16 onzas. Nuestros agremiados están confundidos y por eso usan distintas libras”. De 16 onzas o menos, por supuesto.
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