Friday, February 8, 2013

Lucha -sin ganas- contra el hambre

Artículo publicado por Plaza Pública el 13 de agosto de 2012.

Al momento de iniciar su gobierno, el presidente Otto Pérez Molina ilusionó a simpatizantes y antagonistas resignados con tres cosas: seguridad, transparencia y lucha contra el hambre.  Esto recogía aspiraciones de las capas urbanas, el sector privado y la masa de pobres.

Unos con entusiasmo y otros de mala gana, otorgaron al gobierno el beneficio de la duda.  El plazo se agota.
En cuanto a la lucha contra el hambre, los planteamientos técnicos van en la dirección correcta.  La ventana de los mil días cubre a madres embarazadas y lactantes, así como a la niñez durante el período crítico para el desarrollo de su capacidad física y cerebral.  Eso significa una siguiente generación mejor preparada para competir y elevar la productividad.

La súper tortilla es una iniciativa complementaria, pues las familias que apenas tienen acceso a alimentos básicos, encuentran en la harina fortificada los nutrientes que de otra forma requerirían un nivel mucho más elevado de ingresos.

La distribución de fertilizantes no suple la necesidad de tierra y semillas apropiadas, pero es un paliativo para ayudar a incrementar la producción en zonas de precariedad.

Las transferencias condicionadas de efectivo ayudan a las familias vulnerables a cubrir sus necesidades básicas alimentarias.

Estas medidas, implementadas desde distintas instituciones gubernamentales y con bajos presupuestos, no sustituyen la necesidad de medidas macroeconómicas y políticas de Estado para aumentar los ingresos rurales y urbano marginales (el corazón del programa Hambre Cero en Brasil).  El gobierno debe reconocer que todas sus iniciativas son apenas las medidas iniciales para encumbrar el tema en la agenda política y el presupuesto.

De manera que si no podemos implementar  con éxito esos programas iniciales, no somos capaces de nada más.  Fallarle a la población en esas promesas (de candidato, de militar y de Jefe de Estado) representará un alto costo político al Presidente.

 Con enorme decepción presenciamos cómo el presupuesto que se asignó no fue suficiente, y para empeorar las cosas, ha sido transferido a otros menesteres.  La ejecución no despega.  En lo poco que se va haciendo vemos la lucha feroz por mantener  el control partidario.  Tenemos un gobierno que ha caído en la tentación de principiar a trabajar para la siguiente elección, olvidando que su propia llegada al poder se debe a la politización de los programas sociales del gobierno anterior.

Los medios de comunicación escrita han revelado que los programas Hambre Cero están en manos de excandidatos del PP, parientes de funcionarios y  conocidos activistas.

En defensa del Presidente, puedo decir que le es imposible mantener  control sobre cada nombramiento y tiene que terminar aceptando que le metan gol por todas partes, porque una cosa es sentarse en la silla del Presidente y otra que le hagan caso.

Claro que quedan los regaños puertas adentro en el Gabinete, el disimulo y aceptar el costo político de los errores ajenos, aunque con ello se agota el saldo en la cuenta de credibilidad y sin eso, no habrá repetición democrática.

Lo que queda cada día más claro es la falta de capacidad y voluntad para ejecutar exitosamente los programas paliativos.  Tan claro como el  clientelismo en lo poco que se va haciendo.  Además, buenos funcionarios se desgastan.

Propongo esta solución: tercerizar  la selección de  beneficiarios a una institución técnica apolítica.   Hay organizaciones internacionales y nacionales que, en sociedad,  pueden hacerlo muy bien.  La ejecución puede ser conjunta, bajo la vigilancia de las instancias correspondientes del  gobierno y la sociedad civil.  El gobierno dejaría de ver cómo  donantes importantes evitan entregarle dinero y podría ofrecer resultados y no excusas sobre las donaciones que le son confiadas.  Presidente, hoy tiene algo que dar.

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