Artículo publicado por Plaza Pública el 13 de agosto de 2012.
Al momento
de iniciar su gobierno, el presidente Otto Pérez Molina ilusionó a
simpatizantes y antagonistas resignados con tres cosas: seguridad,
transparencia y lucha contra el hambre.
Esto recogía aspiraciones de las capas urbanas, el sector privado y la
masa de pobres.
Unos con
entusiasmo y otros de mala gana, otorgaron al gobierno el beneficio de la duda. El plazo se agota.
En cuanto a
la lucha contra el hambre, los planteamientos técnicos van en la dirección
correcta. La ventana de los mil días
cubre a madres embarazadas y lactantes, así como a la niñez durante el período
crítico para el desarrollo de su capacidad física y cerebral. Eso significa una siguiente generación mejor
preparada para competir y elevar la productividad.
La súper
tortilla es una iniciativa complementaria, pues las familias que apenas tienen
acceso a alimentos básicos, encuentran en la harina fortificada los nutrientes
que de otra forma requerirían un nivel mucho más elevado de ingresos.
La
distribución de fertilizantes no suple la necesidad de tierra y semillas
apropiadas, pero es un paliativo para ayudar a incrementar la producción en
zonas de precariedad.
Las
transferencias condicionadas de efectivo ayudan a las familias vulnerables a
cubrir sus necesidades básicas alimentarias.
Estas
medidas, implementadas desde distintas instituciones gubernamentales y con
bajos presupuestos, no sustituyen la necesidad de medidas macroeconómicas y
políticas de Estado para aumentar los ingresos rurales y urbano marginales (el
corazón del programa Hambre Cero en Brasil).
El gobierno debe reconocer que todas sus iniciativas son apenas las
medidas iniciales para encumbrar el tema en la agenda política y el
presupuesto.
De manera
que si no podemos implementar con éxito
esos programas iniciales, no somos capaces de nada más. Fallarle a la población en esas promesas (de candidato,
de militar y de Jefe de Estado) representará un alto costo político al
Presidente.
Con enorme decepción presenciamos cómo el
presupuesto que se asignó no fue suficiente, y para empeorar las cosas, ha sido
transferido a otros menesteres. La
ejecución no despega. En lo poco que se
va haciendo vemos la lucha feroz por mantener el control partidario. Tenemos un gobierno que ha caído en la
tentación de principiar a trabajar para la siguiente elección, olvidando que su
propia llegada al poder se debe a la politización de los programas sociales del
gobierno anterior.
Los medios
de comunicación escrita han revelado que los programas Hambre Cero están en
manos de excandidatos del PP, parientes de funcionarios y conocidos activistas.
En defensa del Presidente, puedo decir que le es
imposible mantener control sobre cada
nombramiento y tiene que terminar aceptando que le metan gol por todas partes,
porque una cosa es sentarse en la silla del Presidente y otra que le hagan
caso.
Claro que
quedan los regaños puertas adentro en el Gabinete, el disimulo y aceptar el
costo político de los errores ajenos, aunque con ello se agota el saldo en la
cuenta de credibilidad y sin eso, no habrá repetición democrática.
Lo que
queda cada día más claro es la falta de capacidad y voluntad para ejecutar
exitosamente los programas paliativos.
Tan claro como el clientelismo en
lo poco que se va haciendo. Además,
buenos funcionarios se desgastan.
Propongo
esta solución: tercerizar la selección
de beneficiarios a una institución técnica
apolítica. Hay organizaciones
internacionales y nacionales que, en sociedad,
pueden hacerlo muy bien. La
ejecución puede ser conjunta, bajo la vigilancia de las instancias
correspondientes del gobierno y la
sociedad civil. El gobierno dejaría de
ver cómo donantes importantes evitan
entregarle dinero y podría ofrecer resultados y no excusas sobre las donaciones
que le son confiadas. Presidente, hoy
tiene algo que dar.
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