(Artículo publicado en Plaza Pública del lunes 4 de febrero de 2013).
Según los
sicólogos, el ser humano tiene una tendencia natural a decir la verdad. Esa es la hipótesis detrás de técnicas
analíticas como el lenguaje corporal, análisis de retina y el famoso “detector
de mentiras” o polígrafo. Se miden respuestas
fisiológicas en una variedad asombrosa porque,
nos guste o no, las reacciones son distintas cuando se dice una verdad o una
mentira.
Encontramos
algunos individuos excepcionales, con el conocimiento y control necesarios para
confundir a los cazadores de engaños, pero ello solo confirma el hallazgo de la
ciencia.
Lance Armstrong es un súper villano de moda. Mintió y negó por más de una década que se
dopaba para ganar carreras en bicicleta.
Sus triunfos lo elevaron al Olimpo deportivo, haciéndole un héroe, un modelo a seguir y, no menos
importante, un hombre muy rico.
Las
librerías no habrían cambiado los tomos de Armstrong de la sección Biografías a
la de Ficción de no ser por el empeño de algunas personas de la USADA, una ONG
estadounidense que se ocupa de investigar y prevenir el dopaje en el deporte
olímpico. Si Armstrong no hubiera ganado
la medalla olímpica de bronce en Sidney 2000, quizá no habría obtenido la
atención de la USADA. Curiosamente, la
Unión Ciclista Internacional (UCI) es mucho más afectada que la USADA (un
record de siete Tour de France no es
poca cosa) pero nunca puso el empeño de la mencionada ONG en demostrar el
fraude continuado.
“No se ha
demostrado nada” y “Si tiene pruebas, que las presente ante la ley” son
expresiones que escuchamos continuamente de quienes buscan defenderse de alguna acusación. Esto es dar un rodeo, lanzar la pelota para
que el perrito corra tras ella. Lo que
en realidad quisieran decir pero no pueden es “Soy demasiado listo para
ustedes, no dejé ninguna evidencia”, o “no actué solo, estoy protegido porque
si caigo yo, caen muchos”. Sí, irse por
la tangente es algo que alivia la carga de mentir, medias verdades con medias
mentiras causan menos molestias al encarar una acusación.
Y sucedió de
pronto al mitológico ciclista: el empeño de la USADA lo llevó a la
confesión. Imagino cuánto le habrá
costado, sabiendo la avalancha de vergonzosas consecuencias y la cantidad de
personas e instituciones que arrastraría
con él. Personas que decía amar y
proteger. Sus hijos. Sus amigos.
A pesar de todo ello, ¡Qué alivio habrá sentido al decir buena parte de
la verdad! Haberse desembarazado de la
mentira será un renacer espiritual para el atormentado señor Armstrong. Quizá hoy no lo sepa, pero su confesión puede haber sentado las
bases para la refundación de un deporte espectacular.
Y mientras sigo
el desarrollo del caso, no puedo dejar de pensar en Efraín Ríos Montt y sus
compañeros de equipo. ¿Llegaremos a conocer
las decisiones del Jefe de Estado
durante su cruzada mesiánico-político-militar contra el demonio del comunismo
insurgente? ¿Qué cosas pasarán por su
mente cuando siente el impulso natural de contar toda la verdad? ¿Qué alteraciones fisiológicas
presentará su cuerpo cuando tiene que negar el vínculo entre cadena de mando y
masacres campesinas?
Quiero pensar que a veces siente que sus
oraciones ya no son escuchadas y que debe hacer algo para cambiar ese hecho
doloroso. Como creyente cristiano, sabe que sólo la
verdad nos hará libres. Una verdad que
al final obrará el milagro de demoler los obstáculos para la paz y
reconciliación, permitiéndonos soñar de nuevo con un proyecto de nación inclusiva.
Ninguna de
las cosas que quiso hacer por Guatemala,
los deberes que se impuso o los intrincados diseños de su mente le llevaron
al sitial de hito histórico. Lo que
puede lograrlo es una cosa que no
requiere de discursos elaborados, artilugios o campañas: la verdad. Ni siquiera tiene que arrepentirse.
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