Saturday, June 15, 2013

El último de la Menchú... (cuento)

(Publicado en Plaza Pública el 11 de abril de 2013)



Mi amigo había aprendido en un curso llamado “Análisis Transaccional” que una manera de saber si nuestras ideas están asentándose en la cabeza del interlocutor es jugar al espejo.  Si intencional y repetidamente inclino la cabeza hacia un lado, me toco el cabello o me sobo la nariz, la otra parte tenderá a hacer lo mismo cuando gano su atención y consentimiento.  

Solo unos pocos conocen estas técnicas de comunicación, y como de todo hay en la viña del Señor, lo que en buena fe podría ser un conversaciómetro también se usa como manipulómetro o hasta generador de empatía impostada.  Estudien algún entrevistador de CNN –ejemplo aleatorio- y sabrán a qué me refiero.
En una moderna sala de conferencias de un hotel de la Zona Viva (RIP por las otras), mi amigo ocupaba asiento de primera fila, donde pudiera ver muy bien la cara de la conferencista, aunque lo más importante era lo opuesto: donde ella pudiera ver y leerle la cara a él.

 El discurso estuvo lleno de arengas contra la oposición; de ellos y ellas, de niños y niñas, de multiculturalidad y justicia social.  Se decapitaban paradigmas y bautizaban hitos recién nacidos. 
El amigo seguía el desplazamiento del discurso con toda atención, movía su cabeza de manera asertiva, viendo hacia sus vecinos de izquierda y derecha como si les dijera: “Ven, ella tiene razón, reconózcanlo”.
Como siempre, un grupo de rezagados ingresó ya avanzada la Magna Asamblea.  Esto distrajo a varios, que molestos voltearon sus rostros arrugados de desaprobación, pidiendo con el ceño que no hicieran ruido mientras se aplastaban.

Aquello distrajo también a la atractiva disertante.  Si se enfadó, lo guardó muy bien para sí misma.  Sanó la herida con una broma sobre los retrasos que causa la Policía Municipal de Tránsito del partido pro-oligarca, y dio la bienvenida a los compañeros y compañeras.  Aquello relajó unos 67 músculos en cada rostro de la audiencia, y permitió retomar las cosas justo donde se habían quedado.

La verdad es que fue un discurso corto (un hito histórico), como se requiere para la construcción de la nueva patria.  Luego de colocar algunas ofrendas propiciatorias en el altar de la libre empresa y la ventanilla de los países amigos, se lanzó un duro mensaje contra la discriminación racial, un mal endémico propio de nuestra multicultural nación.  Mi amigo lideró una salva de aplausos en aquel momento clímax.  El nuevo colectivo político tenía una responsabilidad histórica, y solo el hecho de no usar la prostituida palabra que principia en “p” y termina en “o” iniciaba la construcción de un nuevo paradigma.  No pasó mucho tiempo para ver una sinfonía de cabezas aprobatorias.  La homilía política iba atenuando su intensidad emocional.  El tono de voz había pasado de exaltado a seductivo.  El público ni siquiera parpadeaba, la energía que construiría la patria nueva vibraba agitada sobre los hombros, presta a despeñarse hasta las palmas de las manos.  La conferenciante sentía un sabroso escalofrío enredándola por los tacones, acariciándole los tobillos, dando toquecitos  eléctricos en las pantorrillas...

Al final, el ágora explotó en aplausos.

En un discreto sitio detrás del podio, el curador de imagen, -una nueva disciplina de las ciencias de administración del capital humano- se sentía orgulloso de su actual alumna y reconoció algún que otro antiguo aprendiz.  

Luego del refrigerio exclusivo en productos del altiplano, mi amigo identificó antiguos colegas, que por afinidad ideológica se fueron juntando en un rincón.  Vio con cuidado hacia un lado, el otro, atrás, y sabiéndose a salvo, acercó su cabeza al centro del grupo y en tono de confidencia preguntó:  “Muchá, ¿se saben el último de la Menchú?”

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