Mi amigo
había aprendido en un curso llamado “Análisis Transaccional” que una manera de
saber si nuestras ideas están asentándose en la cabeza del interlocutor es
jugar al espejo. Si intencional y
repetidamente inclino la cabeza hacia un lado, me toco el cabello o me sobo la
nariz, la otra parte tenderá a hacer lo mismo cuando gano su atención y
consentimiento.
Solo unos
pocos conocen estas técnicas de comunicación, y como de todo hay en la viña del
Señor, lo que en buena fe podría ser un conversaciómetro también se usa como
manipulómetro o hasta generador de empatía impostada. Estudien algún entrevistador de CNN –ejemplo
aleatorio- y sabrán a qué me refiero.
En una
moderna sala de conferencias de un hotel de la Zona Viva (RIP por las otras),
mi amigo ocupaba asiento de primera fila, donde pudiera ver muy bien la cara de
la conferencista, aunque lo más importante era lo opuesto: donde ella pudiera
ver y leerle la cara a él.
El discurso estuvo lleno de arengas contra la
oposición; de ellos y ellas, de niños y niñas, de multiculturalidad y justicia
social. Se decapitaban paradigmas y
bautizaban hitos recién nacidos.
El amigo
seguía el desplazamiento del discurso con toda atención, movía su cabeza de
manera asertiva, viendo hacia sus vecinos de izquierda y derecha como si les
dijera: “Ven, ella tiene razón, reconózcanlo”.
Como
siempre, un grupo de rezagados ingresó ya avanzada la Magna Asamblea. Esto distrajo a varios, que molestos
voltearon sus rostros arrugados de desaprobación, pidiendo con el ceño que no
hicieran ruido mientras se aplastaban.
Aquello
distrajo también a la atractiva disertante.
Si se enfadó, lo guardó muy bien para sí misma. Sanó la herida con una broma sobre los
retrasos que causa la Policía Municipal de Tránsito del partido pro-oligarca, y
dio la bienvenida a los compañeros y compañeras. Aquello relajó unos 67 músculos en cada rostro
de la audiencia, y permitió retomar las cosas justo donde se habían quedado.
La verdad
es que fue un discurso corto (un hito histórico), como se requiere para la
construcción de la nueva patria. Luego
de colocar algunas ofrendas propiciatorias en el altar de la libre empresa y la
ventanilla de los países amigos, se lanzó un duro mensaje contra la discriminación
racial, un mal endémico propio de nuestra multicultural nación. Mi amigo lideró una salva de aplausos en
aquel momento clímax. El nuevo colectivo
político tenía una responsabilidad histórica, y solo el hecho de no usar la
prostituida palabra que principia en “p” y termina en “o” iniciaba la
construcción de un nuevo paradigma. No
pasó mucho tiempo para ver una sinfonía de cabezas aprobatorias. La homilía política iba atenuando su
intensidad emocional. El tono de voz
había pasado de exaltado a seductivo. El
público ni siquiera parpadeaba, la energía que construiría la patria nueva vibraba
agitada sobre los hombros, presta a despeñarse hasta las palmas de las manos. La conferenciante sentía un sabroso
escalofrío enredándola por los tacones, acariciándole los tobillos, dando toquecitos
eléctricos en las pantorrillas...
Al final, el
ágora explotó en aplausos.
En un
discreto sitio detrás del podio, el curador de imagen, -una nueva disciplina de
las ciencias de administración del capital humano- se sentía orgulloso de su
actual alumna y reconoció algún que otro antiguo aprendiz.
Luego del
refrigerio exclusivo en productos del altiplano, mi amigo identificó antiguos
colegas, que por afinidad ideológica se fueron juntando en un rincón. Vio con cuidado hacia un lado, el otro,
atrás, y sabiéndose a salvo, acercó su cabeza al centro del grupo y en tono de
confidencia preguntó: “Muchá, ¿se saben
el último de la Menchú?”
No comments:
Post a Comment
Gracias por comentar. Recuerde: sólo se publicarán mensajes de personas que se identifiquen plenamente.