El tema
Teletón entra y sale de los medios de comunicación como las estaciones del
año. Tiene simpatizantes y detractores, aunque
existe consenso en que reparte
beneficios en muchas direcciones.
En una
perspectiva macro, Teletón como práctica social tiene un marco histórico e
ideológico. Pareciera la convergencia de
tres fenómenos de nuestros tiempos: Responsabilidad Social Empresarial (RSE),
desarrollo de los Derechos Humanos de segunda generación y emergencia de la sociedad civil para hacer
cosas que los gobiernos no pueden o no quieren hacer.
El concepto
RSE nació allá por 1950. Evolucionó
hacia varias tendencias ideológicas, de las que cito dos. Para Milton Friedman y seguidores, hay espacio
para la RSE pero como parte del negocio y sin olvidar que “El negocio del
negocio, es el negocio”. Otros, como
Eells &Walton la ven como “Preocupación por un sistema social más amplio e
incluyente”.
Los
Derechos Humanos de segunda generación visibilizan grupos vulnerables y
socialmente segregados. Si hablamos de
niñez, encontramos grupos especiales como quienes padecen cáncer,
discapacidades motrices, ceguera etc.
Muchas ONG
(para ser más preciso, las llamadas Organizaciones Privadas para el Desarrollo)
nacen de un parto en la esquina de RSE y DH, bajo un cielo de solidaridad.
La Teletón,
nació en Chile (1978) llegó a Guatemala en 1986. Viene a ser la plaza para que las corrientes
anteriores se mezclen en un único, potente chorro.
El secreto
del éxito es el gana-gana y como dijera recientemente su fundador, las
teletones tienen que ser ejemplo de transparencia. Su futuro depende de ello.
La Teletón
Guatemala tiene por beneficiaria terminal a la niñez minusválida, pero
repasemos quiénes más salen transparentemente ganando en este negocio
Una
transnacional monopólica de televisión da aire y pone en vitrina pública a
prospectos y estrellas artísticas de su imperio. Gana visibilidad y simpatía pública y entibia
el gélido corazón de propietarios del
espectro electromagnético y recaudadores de impuestos. Muchas empresas comerciales también
embellecen su imagen pública. La mayoría
no pierde de vista a don Milton y nos muestra cómo del mismo cuero salen las
correas.
Como la
filantropía pública y con nombre propio está de moda entre artistas con asesoría
de imagen, disqueras y promotores afiliados ven bien recompensada su inversión,
que no es lo mismo que gasto.
La niñez
minusválida consigue lo que de otra manera jamás alcanzaría: atención
profesional, reconocimiento público y una oportunidad para integrarse a la
sociedad como uno más. Esto, a través de
la Fundación pro-Bienestar del Minusválido (FUNDABIEN).
El
pueblo, goza. Hay espectáculo en vivo y por televisión; la
juventud tiene oportunidad de ejercer ciudadanía, colaborar con causas justas,
mostrar a los adultos que valen tanto o más que ellos; las almas caritativas
pueden sentirse tales sea de manera anónima o pública.
Hasta el
Gobierno ha comprendido el juego: el presupuesto nacional incluye una donación
permanente para Teletón. Diez millones
anuales, si bien recuerdo.
¡La Teletón es un gran negocio! Un gigantesco tablero gana-gana.
Intencionalmente
dejo fuera todo lo que viene atado a la condición humana: los mercaderes del
templo. No viene al caso ahondar en
ello, por esta vez. Pensemos que solo
hay buenas gentes.
Guatemala
necesita urgentemente acciones de solidaridad, oportunidades de mostrar lo que
podemos ser si quisiéramos. Tenemos tan
pocas ocasiones y algunas las estropeamos.
Y como al pueblo hay que darle lo que le gusta, sin más preámbulo paso a
proponer que sigamos teletoneando, pero abriendo más la mano. Que los fondos no sean exclusivos para la
niñez minusválida. Hagamos un milagro de
amor, incluyamos a otros grupos
vulnerables (niñez con ceguera, cáncer, abandono/maltrato…). Tienen la palabra ORITEL y asociados.
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