El tres de
julio pasado el Tribunal Primero B de Mayor Riesgo emitió sentencia condenatoria
contra la banda bautizada: “de la calzada Roosevelt”.
La
culminación de este juicio requirió esfuerzo de muchos sectores. El Ministerio Público coordinó
investigaciones con La Policía Nacional. El INACIF proporcionó evidencias
forenses, la fiscalía trabajo duro en la recolección y acumulación de pruebas,
búsqueda de testigos, armado de un caso que fuese creíble ante los
tribunales. Como lego en materia de justicia
criminal, seguramente paso por alto muchos otros actores y procesos en el arduo
camino de la aplicación de la ley, que no siempre termina en acto de justicia.
Por meses
se trabajó en este caso de alto impacto social, uno que contribuye a restaurar
un poco la credibilidad de la Policía Nacional, misma que aconsejó a las
mujeres no circular solas por la ciudad en vez de hacerlas sentir seguras de
que los criminales serían atrapados.
Ganan también el Ministerio Público y el Organismo Judicial, quienes
desesperadamente necesitan puntos. Se ha
retirado de las calles a una panda de criminales de lo más diversificado y
dañino.
Según las
notas de prensa, se identificaron catorce víctimas de violación, el delito que
hizo famosa a la banda. Seguramente hay
más víctimas, pero nunca lo sabremos porque para conocer una víctima es necesario que se
identifique.
Si hacemos
un examen de conciencia, todos hemos pasado por la situación de no denunciar un
delito para que las cosas no se hagan más grandes, porque se lo dejamos a Dios,
porque quedaremos en peligro cuando el criminal salga libre y muriendo de risa,
porque de nada sirve denunciar, etcétera.
¿Cierto?
Un caso de
violación es mucho más que cualquiera de nuestros pequeños aportes individuales
al monumento de la impunidad. No es una
pérdida económica sino un terrible daño sicológico, es tragarse un demonio capaz
de espantar a las víctimas durante el resto de sus vidas. También hay consecuencias físicas, y encima
de todo se viene el daño moral.
De manera que presentarse a denunciar un
crimen de este tipo requiere un valor que a muy pocos les ha sido requerido. En el contexto de nuestra acomplejada, impune y violenta cleptocracia, es un verdadero
acto heroico, una extrema muestra de fe.
Más aún, de
las catorce denunciantes, once excedieron abundantemente lo que la sociedad
podría pedirles. Sin conocer el
resultado de su acción, sintiendo vergüenza, quizá bajo amenazas criminales y/o
la oposición de su familia o pareja, testificaron. Volvieron a vivir aquella tragedia criminal,
aquello que quisieran sacar de su vida, de su memoria.
Las once
testigos nos han dado una demostración de coraje y valor ante la adversidad que
ya quisieran los generales de cinco estrellas que jamás entraron en batalla
bajo desigualdad de condiciones, si acaso entraron.
A estas grandes
mujeres: muchísimas gracias. Ustedes se han sacrificado por muchas otras que
no tendrán que vivir el infierno que a ustedes les tocó. Nos han demostrado que once es más que diecinueve, o quinientos, o
mil, que los buenos valen más que los malos aunque no lo parezca, que quizá este país tenga esperanza. Perdonen nuestra cobardía por no salir a
protestar contra el crimen que empañó sus vidas. Por no recordar que los crímenes eran contra
nuestras hijas, hermanas, esposas y madres.
Por no ir a buscarlas y darles un abrazo solidario, por no ir
personalmente a decirles que vales mucho, que has hecho más que yo, que has
salvado vidas y que Guatemala está en deuda, aunque no lo reconozca.
Para
finalizar, unas palabras de ánimo y felicitación a las familias, terapeutas,
apoyos morales y espirituales que han trabajado para devolver la alegría y
esperanza que intentaron arrancarles, sin éxito, a esas extraordinarias
mujeres.
No comments:
Post a Comment
Gracias por comentar. Recuerde: sólo se publicarán mensajes de personas que se identifiquen plenamente.