Thursday, July 4, 2013

Pollo ronco, afónico o a todo galillo.

Artículo publicado en Plaza Pública el 20 de junio de 2013.



Conocí a Alfonso Portillo al inicio de los noventa, en un evento académico.   Además de buen comunicador, se adornaba con destilado humor oriental.  Ya era una naciente estrella política, y sus palabras parecían provenir de un pozo claro y sincero.

 Un par de años más tarde lo vi personalmente por última vez, en un supermercado de la calle Montúfar.  Accesible, desenfadado.  Me dijo estar trabajando como asesor financiero del Banco Metropolitano (propiedad de Francisco Alvarado McDonald).  Aquello me sonó como a Messi en la selección de rugby, pero de algo tenía que vivir y sus dos títulos universitarios (Economista y Abogado y Notario) parecían afines al puesto.   También pensé que para un político emergente, un puesto de asesor representaba horario flexible. 

Años más tarde, ya en ruta a la Presidencia, conversé con un amigo en común.  “Yo le di cuatro carros para su campaña, como amigo nada más, no me interesa ningún puesto.  Cómo no lo voy a ayudar,  si lo conozco de toda la vida y recuerdo muy claro que cuando éramos niños de primaria y asistíamos al mismo grado en la escuela, en los recreos jugaba al candidato.  Nos regalaba carteritas de fósforos con trajes típicos y con su voz de pollito ronco decía: votá por Alfonso Portillo para Presidente.”

Luego vino su gobierno.  Quienes lo quieren, le recuerdan como el único que se atrevió a entrar en escaramuzas con el todopoderoso sector privado.  Narran su iniciativa de importar azúcar (sacrilegio en nuestra libertaria economía de libre mercado) para que los guatemaltecos no la compraran más cara de lo que se vende a un consumidor en el extranjero.  Fue una época difícil, en la que acumuló enemigos por llevárselas de gallito.  Lo querían pollo, ronco.

PzP publicó recientemente todas las razones del expresidente, no voy a reescribirlas.
Quienes no le quieren se concentran en la corrupción y tráfico de influencias durante su gobierno, el Jueves Negro y su desafiante actitud ante algunos gobiernos extranjeros.  Ni el propio expresidente lo niega.

Defensores y detractores concuerdan en que Portillo intentó cambiar algunas cosas importantes.  Para unos es su redención; para otros, su condena.  Tanto amigos como enemigos concluyen que la persecución al expresidente es una mezcla de justicia con ajuste de cuentas.  En lo que no están de acuerdo es en las proporciones y su grado de influencia en los resultados.

Entre tanto,  es claro que el proceso legal que culminó en su extradición ofrece aspectos que, por lo menos, son dudosos.  Lo han dicho expertos que no tienen vela en este entierro.

Yo no quiero abonar a ese debate.   Aún si hay foul play de los tigres del norte y sus gatos del sur para conseguir la extradición,  quizá por primera vez Alfonso Portillo tendrá la oportunidad de defenderse como él quería.  El sistema de justicia en los Estados Unidos no es perfecto, pero ofrece las garantías que el procesado quizá no tuvo en Guatemala.  Ya no será más pollo afónico.

Sigo pensando que la defensa se ha basado en demostrar los errores procesales, no la inocencia.  Ahora, el juego cambia.

Entra tanto, lejos de las amenazas del dinosaurio, Alfonso Portillo tiene una oportunidad verdaderamente histórica.   Principiando por admitir sus errores para ganar credibilidad, puede contar a las generaciones presentes y por venir lo que verdaderamente ocurre en los laberintos del poder: los jugadores, las mentiras que hay que decir, las verdades que no pueden decirse, la famosa lista de grandes ladrones fiscales, con la que solo se vale amenazar.  Alfonso puede ahora entrar a la historia como el gallo cantarín que contribuyó a un nuevo amanecer.

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